martes, 11 de noviembre de 2008

CALLES

Abro la ventana y allí fuera, todo palpita.
Me complace observarlo des de mi techo. Ahora no soy yo la que tiemblo.
El naufragio, no ha dejado savia de armonía y las hazañas de los más pedantes, han quedado a flote todavía.
Transigente supremacía, sienten aquellos que utilizan el dolor en esta vida, rigurosa de tanto aroma a melancolía.
Ahora llueve y todas las imágenes me parecen nuevas, incluso las más pretéritas, aquellas que en su momento, llenaban todas las aceras.
La marca de las huellas, deja hendido en el barro reciente, llagas para las más bellas. Aunque este naufragio perdure, no habrá lluvia, que no las alivie.
Me conmueve tanto escozor…es que no hay medicina posible para tal despilfarro de dolor?
Esas almas nobles, distantes ante la malignidad, corren desprotegidas, sin saber que se pueden encontrar.
Ese sabor de vida, ese sabor ante la adversidad, es lo que nos deja libres, para podernos adiestrar. Ahora que ya lo sabemos, seguimos corriendo ante la adversidad.
Triste, muy triste ese odio infernal, el que poseen ciertas personas, por no saber que es, por no tener en su alma, lo más precioso de este proceder.
El ser o el parecer, que larga la distancia, que oposición tan abismal. Ellos creen que les llena, pero lo único que hacen, es hacer más perdurable su pena, que por las noches les acuesta y más tarde, prohíbe su siesta.
Ese aroma de avenida, cálido en invierno, fresco y sutil con el tiempo, aromas de cafetería, interpretados también por el estío, que ahora dejan asados, lapsos de nuestra vida.

 

 

 

 

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