Nadie ve como se
asoman
y enlazan sus dedos,
simuladamente,
para empuñar su amor,
abrigándose…
Nadie sabe quien son,
porque nadie los ve,
sin pretextos,
se ahogan en el balcón
se mueren de sed,
tan vehemente, tan
ciega,
que trasmuta la
esencia.
Los adoquines son
perspectivas danzantes,
que ilustran cada susurro
cada trago de saliva,
cada noche,
aguardando la luz de
una farola,
la de cualquier
arrabal.
En las mejillas hay
frío de mariposas,
aleteos de incursión
de una marcada
controversia.
Efluvios de fajina y,
el volteo de un
carillón,
duermen las vistas
para más tarde,
ahora ya son las
ocho…y dos.