Me complace observarlo des de mi techo. Ahora no soy yo
la que tiemblo.
El naufragio, no ha dejado savia de armonía y las hazañas
de los más pedantes, han quedado a flote todavía.
Transigente supremacía, sienten aquellos que utilizan el
dolor en esta vida, rigurosa de tanto aroma a melancolía.
Ahora llueve y todas las imágenes me parecen nuevas,
incluso las más pretéritas, aquellas que en su momento, llenaban todas las
aceras.
La marca de las huellas, deja hendido en el barro
reciente, llagas para las más bellas. Aunque este naufragio perdure, no habrá
lluvia, que no las alivie.
Me conmueve tanto escozor…es que no hay medicina posible
para tal despilfarro de dolor?
Esas almas nobles, distantes ante la malignidad, corren
desprotegidas, sin saber que se pueden encontrar.
Ese sabor de vida, ese sabor ante la adversidad, es lo
que nos deja libres, para podernos adiestrar. Ahora que ya lo sabemos, seguimos
corriendo ante la adversidad.
Triste, muy triste ese odio infernal, el que poseen
ciertas personas, por no saber que es, por no tener en su alma, lo más precioso
de este proceder.
El ser o el parecer, que larga la distancia, que
oposición tan abismal. Ellos creen que les llena, pero lo único que hacen, es
hacer más perdurable su pena, que por las noches les acuesta y más tarde,
prohíbe su siesta.
Ese aroma de avenida, cálido en invierno, fresco y sutil
con el tiempo, aromas de cafetería, interpretados también por el estío, que
ahora dejan asados, lapsos de nuestra vida.
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